La importancia de ser vaga

trampas

 

Os voy a contar algo que no suelo contar. Yo tenía —tengo un poco aún— un problema. No paro de hacer cosas en todo el día. Casi todas relacionadas con el trabajo de una u otra forma. De algunos de los diez proyectos que tengo entre manos, de los de mis amigos, de las ideas nuevas que voy desarrollando. O sea, que me paso los días trabajando. Los domingos trabajando. Me levanto y lo primero que hago después de mear es encender el ordenador y sentarme. Me acuesto y lo último que hago es comprobar los mails. Me levanto de la mesa de comer y me siento en la mesa de trabajar. A veces me voy con mis amigos y les tengo que seguir hablando de mis dudas y mis proyectos. A veces están hablando de cosas que no me interesan demasiado y enseguida vuelo mentalmente a mis rollos y mis quehaceres. Voy paseando: pienso en trabajo. Voy de viaje: pienso en trabajo. ¡Y NO ME GUSTA TRABAJAR!

Mi doctor —naturópata— me dijo el año pasado que todas las enfermedades y achaques que había tenido los meses anteriores eran porque estaba muy enfadada, tenía el lado derecho del cuerpo bloqueado y agotado y el sistema nervioso decaído. Que estaba enfadada, que había mucha rabia debajo de mi continua alegría. Me preguntó con quién estaba enfadada del trabajo (y él no sabía a qué me dedicaba). Y yo no estaba enfadada con nadie, y de hecho no trabajaba con nadie, así que después de meditarlo un momento, me di cuenta de que era conmigo misma. Porque aún no sabía qué hacer con mi vida, porque no tenía un duro, porque me estaba decepcionando a mí misma dando vueltas y vueltas sin encontrar solución y matándome a trabajar mientras tanto y sin que nada diera el resultado que yo esperaba (que tampoco sabía cuál era). Y sí, parándome a pensarlo, estaba muy rabiosa. Y las cosas me iban bien, cualquiera podría pensar eso, incluso yo lo pensaba, pero no tan bien como debían ir en mi mente.


Su sencillo consejo fue que me lo tomara con más calma y que buscase tiempo para no hacer nada. De alguna manera, me estaba diciendo que si quería estar sana tenía que dejar de buscar mi felicidad desde la ansiedad. Que encontrase la felicidad en los ratos de ocio, que hiciera más cosas con Arieh, que me divirtiera más. Que me diera tiempo libre y que encontrase momentos en los que el trabajo no existiera para mí.

 

Cosa difícil cuando trabajas para ti misma pero, desde luego, ¡no imposible!

El domingo en que Arieh me pidió matrimonio, un rato antes de la feliz sorpresa, habíamos estado admirando los maravillosos mosaicos de la iglesia del Sagrado Corazón del Tibidabo (mi iglesia favorita del mundo). Supongo que como estuvimos tanto rato contemplando esto y lo otro el sacerdote que andaba por allí se animó a hablarnos. Estuvimos casi media hora charlando con él, y de la conversación me di cuenta de que en todas las culturas y religiones, rezar es igual a meditar y meditar es igual a rezar. Él mismo usó la palabra meditar para referirse a las personas que iban a la pequeña capilla permanente destinada únicamente al rezo y el recogimiento. Él mismo dijo que en un mundo como este lo que más falta nos hacía era PARAR.


Yo no puedo estar más de acuerdo. Cuando paras el tiempo suficiente y logras hacer el silencio en tu interior todo se vuelve claro y la madeja se desenreda. Cuando logras dejar de hacerte sentir culpable a ti misma porque no haces lo suficiente, porque no estás llegando lo suficientemente lejos, el enfado se esfuma.

 

Antes, si me pasaba una tarde sin hacer nada, me mortificaba pensando que estaba siendo una vaga, que así no iba a llegar a ninguna parte, que ya había perdido otro día. Si os pasa lo mismo, no mantengáis esas ideas. Daos tiempo libre. El tiempo libre es lo más necesario del trabajo. El trabajo no puede existir sin el tiempo libre u os hará sentir miserables. Ahora he aprendido, y sigo aprendiendo (porque no es algo que cambies de un día para otro), que tengo que aceptar mis propios tiempos y escuchar a mi cuerpo cuando estoy cansada o cuando tengo un día espeso o triste. Ese día hago tareas menos densas, aprovecho para ordenar, mandar mails, ver conferencias, leer cosas agradables, me pongo alguna reunión ligera o algo que me apetezca. Hago partes de mi trabajo que son más amenas. O no trabajo. Eso también es una opción y la uso a menudo. Me voy a pasear, me pongo a limpiar la casa (esto solo pasa si además coincide que me está a punto de bajar la regla), me veo dos películas, me voy al centro comercial a revolver ropa (día de chonis lo llamamos con Nadia) o al parque a ver a los patos, como Blair Waldorf.


Ese tiempo “perdido” me recarga la energía, me alivia la angustia, me limpia de tanta exigencia. Ese tiempo “perdido” no tiene precio. Primero, porque me evita caer enferma, sentirme mal y estar fea y ojerosa. Segundo, porque me deja rendir mejor cuando realmente me pongo a trabajar, porque es en ese tiempo cuando tengo las mejores ideas, cuando resuelvo problemas, cuando le dejo espacio al cerebro para funcionar libremente y sin ataduras emocionales ni presión.

 

El éxito no llega siempre atado a una losa encadenada a tu pie. No siempre quiere decir que te has matado a trabajar como una loca. En nuestra cultura alabamos a la gente que trabaja mucho, que dicen que no duermen para trabajar, que están todo el día haciendo cosas, como si fueran los héroes nacionales. Siempre decimos que llegar arriba es una lucha y que se necesita esfuerzo y trabajo, trabajo, trabajo. ¿Por qué? Yo creo que trabajo mucho comparado a lo que quisiera trabajar en realidad —que es bien poco—, pero probablemente no trabajo mucho en comparación a otras emprendedoras (o a lo que dicen —presumen— que trabajan, que eso nunca se sabe). ¿Acaso me tengo que sentir culpable de que las cosas me vayan bien con relativamente poco esfuerzo? Pues muchas veces sí que me siento culpable, porque esa idea de que todo tiene que ser una lucha está metida en mi cabeza igual que probablemente está metida en la vuestra.


Pensar más, sentir más y hacer menos es la clave para lograr el éxito unido al bienestar emocional y físico. Más calma y más ideas claras se traducen en MUCHO menos trabajo. En MUCHO más tiempo libre. Y ojo, tiempo libre no atado a la idea de “desconexión” o de “recargar pilas” sino a la idea de libertad, felicidad, de VIDA porque sí. Porque, qué clase de vida tendrás si solo la pasas trabajando y dándote ratos libres con cuentagotas, escatimándote tu vida a ti misma y posponiéndola eternamente —bueno, eternamente no, básicamente hasta que te mueras—. Recordar que la vida se termina en cualquier momento puede venir bien para recuperar prioridades.

No creo que el éxito venga de ninguna lucha ni de ningún trabajo sobrehumano ni de ser el que más horas le echa a algo. El éxito tiene que ver con hacer las cosas diferente, con desafiar al statu quo, con ser único y conseguir que se te quiera por quién eres y por cómo haces lo que haces y no por cuánto trabajas o si tienes vida de mártir.

 

Lo opuesto a la vida de mártir es la vida de griego. Tengo un amigo con el que usamos la frase “hoy voy a hacer vida de griego” cuando queremos pasar el día tranquilos, leyendo, aprendiendo, haciendo ejercicio, paseando… Cultivando nuestra vida. El hacer vida de griego (de griego de la Antigua Grecia, se entiende) es para nosotros el sumun de la felicidad. Querríamos hacer vida de griegos constantemente. Ser como Platón, Sócrates o Aristóteles y aprender y pensar y diseñar y conversar y debatir y escribir y pensar un poco más. ¿No es esa la vida más deseada, la vida más natural, lo que haríamos si no estuviéramos atados a la necesidad de dinero? Pues yo quiero que mi vida se parezca a la “vida de griego” lo más posible, aunque a la vez asuma que tengo que ganar dinero con algo. Así que quiero que ese algo encaje con mi idea de “vida de griego”. Por eso escribo, pienso, leo y vengo y os lo cuento. Por eso vivo y os explico mi vida y mis experiencias. Es lo más cercano que he encontrado a hacer “vida de griego” profesional.

Leí hace un tiempo un libro que me pareció lo más maravilloso sobre la faz de la tierra. Algo auténticamente liberador, con ideas revolucionarias sobre la importancia de ser un vago, de no hacer nada. Se llama “Elogio de la pereza”, un libro color rosa fucsia escrito por Tom Hodgkinson, genio intelectual librepensador que además edita la revista “The Idler”. El subtítulo del libro es “El manifiesto definitivo contra la enfermedad del trabajo”. Y yo lo suscribo tanto y fue tan iluminador para mí que me lo quise grabar a fuego: no pasa nada por ser una vaga, no te dejes engañar, los que están equivocados son los demás, tú solo quieres vivir bien y disfrutar del tiempo que tienes. Un poco como los hedonistas griegos. Os copio unos fragmentos del primer capítulo.

“El despertador es el primer estadio de la ignominiosa transformación a la que nos sometemos forzosamente por la mañana, en la que pasamos de soñadores dichosos a currantes regidos por la ansiedad, cargados de responsabilidades y obligaciones. Lo que es absolutamente asombroso es que nos compremos despertadores por voluntad propia. ¿No es absurdo que nos gastemos el dinero que tanto nos cuesta ganar en un artilugio que hace que empecemos cada día de nuestra existencia de un modo tan desagradable y que solo sirve al empresario al que vendemos nuestro tiempo?

Las fuerzas antiholgazanería han estado trabajando desde la caída de Adán. La propaganda contra dormir en exceso se remonta a tiempos muy remotos, a hace dos mil años, a la biblia. En el capítulo 6 de los Proverbios dice “Ve a mirar a la hormiga, ¡perezoso! Observa sus costumbres y hazte sabio (…)

En primer lugar, yo cuestionaría seriamente la sensatez de una religión que pone a la hormiga como ejemplo de cómo vivir. El sistema de las hormigas es una aristocracia explotadora que se basa en el curro maquinal de millones de trabajadores y la completa inactividad de una única reina y un puñado de zánganos. (...)

Se supone que Dios odia que nos levantemos tarde.

La pereza es el séptimo pecado capital (aunque originariamente lo era la tristeza). (...)

La grandeza y el levantarse tarde van de la mano de forma natural. El levantarse tarde está hecho para la mente independiente, para la persona que rechaza convertirse en un esclavo del trabajo, el dinero y la ambición. (...)

No, los que se levantan pronto no son sanos, ricos y sabios. Normalmente son débiles, pobres y tontos. Son los sirvientes de los que se levantan tarde. Si no, mirad las caras demacradas y ojerosas que hay a vuestro alrededor en el metro entre las 8 y las 9 de la mañana. ¿Sanos? Sin duda alguna, no. ¿Ricos? No, porque si lo fueran no estarían en el metro a esas horas. De hecho, los trabajadores peor pagados son los que acostumbran a viajar más pronto. ¿Sabios? ¿Cómo podrían serlo si eligen vivir así? Si queréis ser sanos, ricos y sabios, ¡el primer paso es tirar el despertador!”

Pero además, no contento con hacerme ver la luz en el túnel de la vaguería, enlaza y justifica sus teorías con las ideas de tantos otros pensadores y filósofos de todos los tiempos y con datos histórico-sociales, con lo que, al final, te acabas por dar cuenta de que esta trampa en la que gastamos nuestros días no es más que un error, que nadie voluntariamente elegiría una vida como la que nos obligamos a vivir.

También es cierto que, a pesar de saberlo, vivimos en donde vivimos y las cosas se hacen de una determinada manera, y si queremos pagar el alquiler tenemos que conseguir dinero y si queremos comer también. Y ya si queremos ir al cine, tomar cañas, comprar ropa, ir de viaje, tener un iPhone y hacernos masajes, pues más aún. La realidad obliga.

No estoy hablando de salir del círculo de consumo —aunque obviamente se puede reducir drásticamente sin demasiado esfuerzo—, tampoco estoy hablando de irse a las montañas a hacer el ermitaño —aunque es una bonita opción, como hizo Thoreau—, ni de pasar de todo a nada en cero coma tres segundos.

Hablo de replantear nuestra existencia desde la misma base. Hablo de parar, limpiarnos la basura que tenemos encima que ni siquiera es nuestra, de no creer algo por el hecho de que alguien lo dice y lo adoptamos como nuestro sin pasarlo por nuestra propia experiencia (ni lo que diga yo aquí, ni lo que diga vuestra madre, ni lo que diga el Papa de Roma). Hablo de PENSAR con mayúsculas, de sentir lo que uno necesita, que probablemente no sea lo que necesita el de al lado. Hablo de desovejarse, de no temer hacer lo que sientes que tienes que hacer. De no tener miedo a ser diferente.

Hablo de crear nuestros propios puestos de trabajo, donde nos permitamos vivir la vida tal y como la queremos vivir, sin condiciones. Siendo nosotros mismos y no aceptando las órdenes de lo establecido en la medida de nuestras posibilidades si no queremos hacerlo. Siendo libres. La libertad empieza en la mente, y la mente no entiende de clases sociales, dinero, edad, ideología política o equipo de fútbol. En la mente, todos somos iguales. Todos hacemos lo que queremos con ella. Y ella nos devuelve lo que sembramos. Y cuanto más la escuchas más habla, y con más claridad. Y te da la fuerza que necesitas para lograr lo que te propongas. Sea trabajar mucho o descansar mucho. Sea tener muchos hijos o muchos gatos. Sea ser funcionaria o agricultora o nada. Lo que sea. Está en ti.


Un abrazo, 

 

 

 

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