Vida Interior 10: la diferencia entre aprender y llenarte de aire

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Aprender es maravilloso, por supuesto. Te lleva a lugares nuevos, te abre los ojos, expande tu perspectiva… Muchas querríamos ser eternas estudiantes. Yo antes tenía la idea de que era importante saberlo todo. Pensaba en el futuro y decía: aprenderé esto, y lo otro, y lo otro… aprenderé de todo, lo sabré todo. Pero luego no tenía ni tiempo ni espacio ni ganas ni disposición para nada de todo eso, o solamente para una pequeñísima parte.


Descubrí que ese ansia de saber y aprender solo salía de un lugar de inseguridad. Me sentía inferior y creía que sabiendo más se arreglaría. Y como también es verdad que he sido siempre una persona curiosa a la que le interesan las cosas más variopintas, esa voracidad por el aprendizaje se disfrazaba muy bien de curiosidad. Queda estupendo decir que eres curiosa y te interesa todo pero no queda tan bien decir que te sientes poca cosa cuando crees que no sabes suficiente.

 

Así que tapar una cosa con otra era sencillo y finalmente mucho más agradable de tragar para mí misma. De hecho, lo tapé tan bien que nunca pensé que, para algunas cosas de la vida, me sentía bastante inepta.

También me di cuenta de que esa compulsión por aprender era completamente falsa, como un edificio en obras que solo tiene en pie la fachada. Básicamente consistía en consumir información sin llegar nunca ni a dominarla ni a procesarla ni a entenderla realmente. Leer un libro (de no ficción, claro) tras otro y hacer un curso tras otro no me llenaba lo más mínimo. Me quedaba con algunas vagas ideas pero nada me llegaba dentro, era simplemente información pasando como en una cinta transportadora de un buffet libre. Podría pasar una y otra vez pero yo no era capaz de comérmela toda, si acaso una pequeña parte, si acaso un poquito de esto y un poco más de lo otro, y quizás algo de postre, pero comiendo rápido y sin masticar. Y creyéndome que cada vez engordaba más y más sin darme cuenta de que era puro aire, de que dentro seguía estando vacía.


Y ese tiempo tan supuestamente preciado que tanto supuestamente me faltaba lo estaba empleando en llenarme de aire en lugar de seleccionar exactamente a qué quería dedicar los minutos y dedicárselos a conciencia.

 

El aire que me llenaba y que yo creía que me daba peso era una falsa sensación de seguridad. Antes de hacer cualquier cosa, creía que tenía que aprender perfectamente todo lo que pudiera. Si quería meditar, tenía que leer mucho sobre meditación, hacer un curso sobre meditación e irme a ver a un maestro tibetano. Si quería emprender tenía que hacer todos los cursos sobre todos los temas distintos del emprendimiento para que validasen mi emprendimiento. No los hice, en realidad, aunque siempre sigo pensando de mí misma que “no sé suficiente”.

Para cualquier acto de mi vida parecía necesario emplear un tremendo esfuerzo y tiempo antes de ponerme a hacer la cosa en cuestión. Porque, ¿qué me estaba evitando todo ese tiempo y esfuerzo previo? Claramente, evitaba pasar a la acción y hacer lo que se supone que quería hacer. Me dejaba en una zona segura en la que simplemente estaba aprendiendo, formándome, preparándome para hacerlo perfectamente bien y para ser la mejor. No fuera a ser que lo intentase y me saliera mal. No fuera a ser que fuera la más inútil de todos los que intentaban hacer lo mismo. No fuera a ser que fuera un fracaso. No fuera a ser que me sintiera, de nuevo, inferior.

No sé cuántas veces habré dicho en voz alta, a lo largo de mi vida, “ojalá me pagasen por estudiar todas las cosas que quiero estudiar”. Pero esa postura no era más que un lugar cómodo, un lugar seguro. No decía “ojalá me pagasen por estudiar y sacar matrícula de honor en todo lo que estudie y si no que no me paguen”, porque así, cómo no, entraría en la misma zona de alerta en la que estoy en cualquier trabajo, donde se espera que dé lo mejor de mí y me esfuerce al máximo todo el tiempo, ya que, de lo contrario, corro el riesgo de perderlo. Y también así entraría en comparación, en exigencia, en perfección, en esfuerzo. Aprender dejaría de ser el placer que me figuro que es cuando pienso en simplemente hacer cursos, tomar apuntes, investigar y pensar, para ser otra tarea más en la que la presión y la necesidad de hacerlo perfecto lo ensucian todo.


Después de todos esos años aprendí lo único que me hacía falta aprender: que no me hacía falta aprender más. Es decir, podía aprender más cosas y desde luego aprendería más cosas de forma natural, pero “hacerme falta” no me hacía ninguna. No era necesario. No tenía que ser más sabia, ni más lista ni más inteligente ni más culta.

 

Desde luego no tenía por qué superar mi propia marca ni la de nadie, aprender no era ninguna competición ni contra nadie ni contra el tiempo (sabes, esa ansiedad de que no te dará nunca la vida para leer todo lo que querrías leer ni hacer todos los cursos que querrías hacer ni estudiar todas las carreras que querrías estudiar ni aprender todos los idiomas que querrías aprender… en fin, esa carrera del conocimiento que nunca llegarás a tener contra el tiempo indeterminado que te queda por vivir).

Ya hace muchísimo tiempo que apenas leo libros de no ficción, solo pequeñas cosas muy muy seleccionadas, después de algunos años en que casi me olvidé de las novelas por parecerme que consumían mi tiempo sin ser productivas. ¡Qué confundida estaba! Si hasta dejé de ver películas para pasarme los ratos libres viendo charlas de TED y conferencias similares… más aire, más “conocimiento” (lo entrecomillo porque, como decía, poco se aprende realmente así), más mente, cuando, en realidad, en cuanto me paré a observarme, me di cuenta de que a mí lo que me llena y lo que me ha llenado siempre es el arte, la expresión y la experiencia artística, las historias, las emociones, la ficción.


Tratando de vivir como creía que tenía que vivir una persona de provecho, tratando de parecer siempre más inteligente, más culta, más despierta, y, por tanto, más supuestamente exitosa, estaba perdiéndome lo que de verdad me nutría, y, por tanto, perdiéndome a mí misma.

 

Centrada en aprender me olvidaba de vivir.

Un abrazo,

 

 

 

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