Por qué no terminas nada de lo que empiezas

trampas

 

Existen algunas personas (puede que no estés entre ellas, pero igual no te vendrá mal leerlo para sentir un poco más de empatía por los desgraciados que lo padecemos) a las que acabar los proyectos que empezamos nos cuesta horrores y todo se nos queda a la mitad, inevitablemente y con todo el dolor de nuestro corazón.

Cuando eres como yo, eres de las que compras tres mil materiales distintos y todas las herramientas para hacer un proyecto que has visto por ahí y que pinta divertidísimo y supercreativo, y luego te pones diez minutos, pasa una mosca a tu lado y lo dejas. Te dices a ti misma que pronto lo retomarás, pero siempre hay algo que le pasa por delante. Diez años después y dos mudanzas de por medio, esos materiales y herramientas y ese proyecto a medio empezar siguen dándote por saco y recordándote tu ineptitud, tu poca constancia y tus deseos-veleta.


A veces es cómico, como en el caso de los materiales crafties y los hobbies, pero otras la cosa se pone más seria. Cuando tienes un proyecto profesional que depende de ti, y en el que nadie te exige nada, necesitas un nivel de responsabilidad y compromiso más grande. Necesitas obtener resultados, lo que significa terminar cosas, entregar cosas, cerrar cosas. Como experta en el arte del no terminar nada y sentirme fatal por ello, creo que hay cuatro razones (quizás más, ya me lo diréis vosotras en los comentarios) por las que nos sucede esto a las no-terminadoras.


Cuando soy demasiado perfeccionista y no acepto nada que vaya a ser menos que lo mejor

Cuando me enfrento a un proyecto interesante, que me motiva lo suficiente y que quiero hacer bien a toda costa existen grandes posibilidades de que, si solo depende de mí, lo vaya posponiendo hasta el infinito. El motivo no es otro que la autoexigencia suprema.

Por otro lado, la misma autoexigencia hace que, a veces, en lugar de posponerlo indefinidamente, me ponga a trabajar pero me pase mil años trabajando en ello, retocando y retocando y dándole vueltas a las frases o a las líneas o a lo que sea para que se vea tan perfecto como se supone (en mi mente loca) que tendría que estar. Mal asunto se mire por donde se mire porque está más claro que el agua que nada es perfecto jamás, ni lo será por más que te empecines. Hay que aprender a conformarse con lo mejor, no con lo perfecto.


Cuando el hecho de terminar me va a llevar a otro proceso que se me antoja menos apetecible

Pongamos por caso que quiero escribir un libro (es un decir). Como el hecho de terminarlo y publicarlo va a suponer que voy a tener que enfrentarme a cosas que me dan mucha pereza (por ejemplo, negociar con editoriales, firmar contratos, ir a entrevistas, conferencias, charlas con los lectores…) nunca termino el dichoso libro. No por el libro en sí, sino por lo que viene después.

Total, los libros en mis archivos del ordenador siempre a la mitad.

¿Es este tu miedo? ¿No terminas por lo que ha de venir después?


Cuando se me esfuma la emoción a la mitad del proceso

Este es uno de los que más me aprieta, personalmente. Yo soy muy de tener ultrailusión al principio y, a medida que pasan los días y empiezo a ponerme a ello, empiezo a ver los fallos y el aburrimiento hace su aparición y deja de apetecerme. Sin más, a veces no es cuestión de falta de persistencia, es simplemente que tengo una baja tolerancia al aburrimiento y una incapacidad total para hacer cosas que no me emocionan.

La gente sigue insistiendo en que hay que insistir y focalizar, y yo no digo que no, solo que no estoy dispuesta a persistir en algo que no me apetece lo más mínimo. Antes pensaba que ellos tenían razón y yo estaba fatal y lo de la emoción perdida era un defecto de nacimiento, pero me he dado cuenta de que solo era que no había encontrado cosas lo suficientemente interesantes para mí o que me permitieran un margen de acción, variedad y libertad lo suficientemente amplio. Se me hacían pequeñas enseguida.

Así que supongo que se trata de encontrar aquello que conserva la emoción día tras día. Y eso solo se logra probando diferentes cosas que pierden la emoción. Oye, tampoco es tan complejo, solo necesitas paciencia.


Cuando no quiero acabar porque tengo miedo de las reacciones ajenas a mi obra completada

Esto es un poco el miedo del artista: el miedo a la crítica, el miedo al rechazo, el miedo a la mala acogida, el miedo al fracaso. Ya sabemos lo duro que resulta poner algo a la venta y que no lo compre nadie, escribir algo y que a la gente le parezca un asco o no haya más respuesta que el eco…

Por eso tenemos a veces reticencia a terminarlo. Antes que someternos al juicio público preferimos no sacarlo. Antes que ver cómo nos despellejan preferimos estar en la comodidad del anonimato. Es normal, no es agradable para nadie, pero obviamente esto es lo último que tiene que pararte.

La forma en que los demás valoren tu obra no tiene que estar ligada a cómo te valores tú como persona. Es decir, tu obra, por personal que sea, no eres tú. Tus productos irán evolucionando y serán unos mejores y unos peores, unos más redondos y algunos más ligeros, a unos les tendrás más cariño y otros los odiarás. Pero no son tú. Que a alguien no le interese o no aprecie lo que haces no significa que te esté rechazando a ti. Es muy importante hacer esta distinción cuando nos enfrentamos a los ojos juzgones del mundo.

Intenta libertarte del peso del juicio ajeno. Sé que cuesta pero cuando lo vas logrando —no digo que yo lo haya logrado, porque no es el caso, pero hago avances de hormiguita— te sientes poderosa. Y libre.



Un abrazo,

 

 

 

Envío los Apuntes, en privado, una vez al mes. 

Si quieres recibirlos, deja tu correo (y si no, tan amigas).