Aprender a descansar en la incomodidad

trampas

 

La mejor compra de este año es una colchoneta-butaca para la piscina. Y por menos de 15 euros. La mejor compra y la más barata. La cogimos la semana pasada y es lo más cómodo que te puedas imaginar. Te tumbas allí y vas dejándote llevar por la brisa, con las manitas dentro del agua, o fuera, con los pies colgando relajados, con el solecito dándote, te puedes ir echando agua cada vez que quieres y tiene hasta un agujerito para colocar un vaso, lo que ya la convierte en la colchoneta perfecta. No sé cómo hemos esperado tanto para tener una, la verdad.  

La estrené ayer, un ratito nada más, y hoy nos disponíamos a darnos otro baño, pero el sol estaba entre que salía y no, un poco juguetón. He ido y me he sentado en mi butaca y he estado flotando un buen rato, sin mojarme ni nada, como una reina, en mi piscina. Le he dicho a Ari que me parecía peligrosa porque es tan cómoda que es fácil quedarse dormida en ella, y ya sabemos lo que pasa cuando te quedas dormida al sol. Nada bueno. De todas formas he estado allí, completamente relajada, descansando, respirando (venía de un momento de tensión porque quería escribir una cosa que no me estaba saliendo y eso me pone bastante frenética).

A todo esto íbamos viendo a lo lejos —no tan lejos— unas nubes negras de esas que traen lluvia, y es que habían dicho en el tiempo —eso me ha chivado Arieh— que esta semana se la va a pasar lloviendo, lo que no está mal porque tenemos el campo muy seco y ya van dos pequeños incendios seguidos por nuestra zona. Hemos empezado a sentir los primeros sonidos de lluvia a lo lejos, y nos hemos preparado para volver a entrar en casa.

Mientras recogía he pensado en cómo me fastidiaba la lluvia en mi vida de ciudad. No la soportaba. Me parecía lo más incómodo del universo. Si llevabas gafas se mojaban y no veías nada, si no llevabas paraguas te quedabas hecha un cuadro, si llevabas paraguas lo tenías que estar carreteando todo el día, si te mojabas de camino al trabajo te pasabas la jornada incubando algo, con los calcetines mojados, la ropa oliendo a húmedo y el pelo encrespado. En el metro se respiraba ese olor a plástico mojado. En la calle tenías que apartarte de la calzada para no recibir salpicones. La gente te miraba mal si vuestros paraguas se entrechocaban, las aceras estrechas se convertían en luchas de poder y las marquesinas parecían el sitio de moda. A mí la lluvia siempre me había parecido una cosa muy sexy en la teoría, pero muy incómoda en la práctica.

En cambio, hoy he hecho una cosa nueva. He salido de la piscina, me he ido hasta casa para dejar las cosas que no podían mojarse, he cogido una toalla de dentro y la he extendido en las baldosas frente a la puerta. Ari se ha reído de mí y me ha dicho, muy tierno, “mírala, la hippy”. Y me he tumbado bocarriba, a mirar las nubes negras pasarme por encima, a ver llover estando debajo. No protegida dentro de casa, ni dentro de un coche, ni bajo un portal. Me ha llovido encima a conciencia. Durante unos minutos he cerrado los ojos y he comparado las dos sensaciones: en la piscina, sobre la mullida colchoneta, con el agradable solecito y la brisa haciéndome cosquillitas, y sobre las duras baldosas irregulares, con la lluvia cayéndome y el aire más fresco poniéndome la piel de gallina. En ambos casos, descanso.


Mi anterior yo se habría mosqueado por haber querido ir a relajarme a la piscina y encontrarme con que se ponía a llover. Habría murmurado alguna palabrota y me habría ido para casa sintiéndome la más miserable.

 

Y me he dado cuenta de que la diferencia no ha estado nunca entre ser capaz de crear las condiciones que consideras perfectas para permitirte hacer lo que quieras hacer (trabajar, descansar, divertirte, lo que sea) sino en vivir las condiciones que sean como algo perfecto igualmente. Porque son lo que son.

Pelearte contra el universo porque llueve y meterte en casa enfadada cuando tenías ganas de estar fuera y descansar es lo mismo que pelearte con tu cuenta bancaria porque no te permite invertir en lo que quieres, o con tu socio porque no ve las cosas de la misma forma que tú, o con tus clientes que no entienden que lo que vendes es lo más, o con tu web que no acaba de funcionarte para atraer a esos mismos clientes, o con ese error que cometiste y te costó unos cuantos cientos de euros, o con ese rincón en el comedor de tu casa que tiene que ejercer de despacho porque no hay más espacio posible y no te puedes permitir otra cosa, o con el lanzamiento de tu competencia que sin saber cómo ha sacado lo mismo que tú pero antes que tú. Lo que sea.


Contratiempos e incomodidades va a haberlos, cada día, a todas horas. Manipular el mundo para que se parezca a lo que tú quieres en tu mente es tiempo perdido, energía despilfarrada y disgusto asegurado.

 

¿No parece mejor convertir la incomodidad en un lugar perfectamente adecuado, y descansar en él, con calma, como si fuera la colchoneta más blanda del mundo?

Un abrazo,

 

 

 

Envío los Apuntes, en privado, una vez al mes. 

Si quieres recibirlos, deja tu correo (y si no, tan amigas).