Apuntes 2
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Me duele el cuerpo, no he comido, estoy nerviosa porque quiero ir a la piscina pero llueve y no es agradable ir en moto cuando llueve, así que quizás no llegue a ir pero el nervio no me deja trabajar y aparece la culpa. He aspirado el suelo, recogido la cocina, ventilado la casa, leído un libro. Miro por la ventana mientras me pregunto si alguna vez podría llegar a ser normal. La respuesta es no, y lloro.
Los pensamientos premenstruales son oscuros, densos, ansiosos, desesperados y normalmente falsos. Tengo la norma de no hacer nada con ellos hasta que no haya sangrado (siempre desaparecen) pero me ha costado mucho comprenderlo.
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“Siempre que no sé qué hacer me fijo en lo que estoy haciendo.” Elizabeth Strout en Ay, William
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Veo desde mi ventana al menos veinticinco almendros dispersos por las laderas, entre las casas, junto a la carretera. En este invierno cálido destacan sobre el pardo del monte seco y el verde de las perennes. Me hacen feliz. Le prohíbo a mi hijo arrancar las flores pero, por la noche, cuando paseo al perro, un camión pasa demasiado cerca de uno y se desata, junto a nosotros, una lluvia de pétalos suaves. Unos días después los almendros ya no se distinguen desde lejos, se fueron todas las flores. Ahora toca esperar al saúco.
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La montaña desaparece en la niebla. No existe el Tibidabo. El fantasmagórico hotel blanco se asoma, a ratos, según avanza el vapor condensado entre capas transparentes. Desde esas ventanas, los ricos, ahora, solo ven gris.
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Me aparece un Reel de un programa de la tele nacional más casposa que lleva años emitiéndose. Entrevistan a un chaval que desde la temprana adolescencia ha estado programando y que ha montado su empresa, dado trabajo a otros, facturado un buen dinero. A la presentadora se le ocurre destacar que pese a su alta facturación él se ha asignado un sueldo de "tan solo dos mil euros", a lo que él contesta que no gasta mucho, pero que además no cree que debiera cobrar mucho más que el resto, que no se cree superior a cualquier otro miembro de su equipo. Pagaría dinero por haber tenido en ese momento el contraplano de la rancia señora operada, que no responde, solo un breve mmm, y visualizo sus neuronas haciendo conexiones por dentro, llegando al silogismo lógico (si él no cobra más que su equipo y si él no se cree superior a nadie, entonces yo…). Noto cómo baja la mirada, muy brevemente, y se esfuerza por pasar a otra cosa sin responder siquiera.
Dos mil euros es aproximadamente el sueldo medio en España, mil ciento treinta y cuatro euros es el sueldo mínimo. Atendiendo a esto, señora, baje de su atalaya y salga de la urbanización esa en la que vive de vez en cuando.
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Otro Reel (como no veo la tele, Instagram, Google y la newsletter de un periódico son mis únicas entradas de información): preguntan por la calle a unas cuantas mujeres que harían si durante un solo día no hubiera hombres en las calles, en los locales, en los gobiernos, sobre la faz de la Tierra. Piensa unos segundos en tu propia respuesta. Luego les preguntan a algunos hombres lo mismo, y por supuesto cortocircuitan un poco, claro, ellos no harían nada diferente. Alguno dice, preocupado y pseudo aliado, que todo funcionaría fatal ese día. No sé si se refiere a que nadie cuidaría a los miles de niños y ancianos ni limpiaría las casas, o simplemente piensa, de forma aséptica, que si faltase la mitad de la gente de sus puestos de trabajo se desataría el caos. En todo caso, esta es la tremenda, terrorífica, abismal brecha a la que nos enfrentamos.
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Hay un grandioso eucalipto en mi barrio que conservaron en su lugar cuando cambiaron el descampado por la plaza. Siempre que paso a su lado le saludo y muchas veces me guardo en el bolsillo alguna hoja caída, un trozo de la corteza desprendida del tronco o algún hipanto, esa especie de bellota dura que sostiene la flor y que conserva el olor característico del árbol. Un día cualquiera meto la mano en cualquier bolsillo y solo saco restos de eucalipto.
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Un libro no es territorio neutral. En un libro hay guerras y las páginas no son blancas. En un libro puede haber personajes con opiniones y comportamientos insostenibles. Eso no convierte a sus autores en personas con opiniones y comportamientos insostenibles. No podemos patalear de este modo, cancelando a cada individuo que diga algo que no nos guste, ya sea en la vida o en el papel. Es el máximo absurdo, la máxima mojigatería, la máxima pequeñez. Hemos convertido todo en un juicio ignorante y cansino. Y, sin embargo, seguimos votando a los imbéciles incorrectos.
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La semana pasada di por bueno el último borrador de mi libro y lo presenté a un concurso literario que no pretendo ganar, fue un acto simbólico. Este es un recordatorio de que una obra puede tomarte años y años, y por más que los demás digan que deberías hacer esto o lo otro para terminarla, tú siempre sabes cuándo está a la altura o cuándo no. No es perfeccionismo ni exigencia, es querer hacer el trabajo que te mereces hacer y terminarlo como se merece ser terminado. Más allá de que después guste o no, gane o no, obtenga o no. Más allá de que en unos días por supuesto pensarás que aún le hacía falta algo más o algo menos. Así tenía que hacerse y así se hizo.
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Virginia Woolf me representa: “Es la escritura, no el ser leída, lo que me emociona. La alegría está en el hacer.”
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