Carta 1/2022 - Antes de los cuarenta y uno

cartas

 

A unos días de cumplir cuarenta y uno pienso en lo extraños que han sido mis cuarenta. Su singularidad, en mi caso, no responde a las restricciones que arrastramos —y que por momentos se tornan más y más distópicas— aunque, por supuesto, nada de lo que está pasando a nivel social contribuye a mi normalidad.

Los cuarenta son una cifra que a las personas nos gusta festejar, como si llegásemos a una suerte de punto medio vital, una entrada en la edad madura, el momento de sentar la cabeza o no sé qué en realidad. Pero mis cuarenta son los que menos he celebrado y, aunque en su momento me dio cierta tristeza, no hice nada para que fuera diferente. Simplemente, no tenía ganas de estar con nadie.

No sabía entonces que ese aislamiento iba a ser la tónica del año, y que, lejos de incomodarme, iba a parecerme necesario. Se podría pensar que yo ya llevaba años aislada, al vivir en medio del bosque, pero la verdad es que cuando vivíamos allí no me sentía en absoluto aislada, al contrario.

Este año podría contar las veces que he participado en alguna actividad social, y con los dedos las personas diferentes con las que he quedado (y poco ha tenido que ver la pandemia con eso). Los audios a los amigos se volvieron imposibles para mí, el WhatsApp me ha resultado molesto en general, las conversaciones en el parque insoportables... He tenido la suerte de poder pasar algunos días sola en casa y han sido espléndidos. Fui también con Tyler a Montserrat tres jornadas y fue glorioso. He dejado de considerar necesario escribir estas Cartas cada semana. Lo que ya conté en esta otra Carta me ha hecho ver que lo que tenía no era lo que realmente quería.

Y no tener que comunicarme si no quiero es, para mí en estos momentos, el paradigma de la felicidad.

 

Tengo la impresión de que vivía en una exigencia comunicativa enorme (y creo que eso no me ocurre solo a mí). No solo por mi trabajo, aunque por supuesto también por él. Era una exigencia autoimpuesta, que creo que nació en un momento en que comunicarme era lo necesario para mí, una especie de forma de romper el aislamiento en el que había crecido. Pero lo que nos cura, en demasiada cantidad o durante demasiado tiempo también puede enfermarnos.

Speaking distracts, while silence and work strengths the spirit.

Hablar distrae, mientras el silencio y el trabajo fortalecen el espíritu.

Estos días hará tres años que murió Jonas Mekas, aunque yo acabo de conocerlo (no entiendo por qué, aunque estudié cine, nunca me encontré con él). Mekas era un cineasta (pero también poeta y muchas otras cosas) lituano, emigrado a Estados Unidos después de pasar por un campo de trabajo nazi. Considerado el padre del cine vanguardista americano, era un hombre pegado a una cámara, y creo que entendía el poder de la mirada sobre la vida propia como pocos, de una forma no solo creativa, sino espiritual, metafísica. Estos días, que he estado descubriendo su obra, he podido poner palabras a lo que ha supuesto este año para mí. Cuando le leo, o le escucho (aquí cuenta la historia de su vida en una entrevista en minicapítulos) me siento muy cercana a su mirada, a su forma de leer la realidad.

I have no idea what winds are driving me and where. But I chose this way, this way without directions. I chose it myself… So let me continue. I Don’t want to look back. Not yet. Ahead, ahead… I am pushing.

No tengo idea de qué vientos me conducen y a dónde. Pero elijo este camino, este camino sin instrucciones. Lo elegí yo mismo… así que dejadme continuar. No quiero mirar atrás. Todavía no. Adelante, adelante… Estoy empujando.


 

Este año ha sido el año en que, de golpe y porrazo, y no sin mucha reticencia inicial pero sin poder evitarlo, he descubierto mi existencia espiritual. Y esa relación con lo divino, que dicho así suena fatal para alguien que viene de un calmado y lógico ateísmo, me ha cambiado la perspectiva. Lo experimenté como quien lleva toda la vida creyendo que le faltaba una pieza del puzzle, pero que había considerado que tenía que buscarla en cualquier parte excepto ahí. Y cuando apareció, precisamente ahí, de repente sentí el rompecabezas completo.


La relación con mi espiritualidad perdida —y digo perdida porque no nací sin ella, sino que la perdí, como tantas otras cosas— está siendo el centro de mi trabajo y estudio los últimos meses.

También es la próxima experiencia que me gustaría traer a Oye Deb, pues creo que el reencuentro con la espiritualidad perdida es una gran asignatura pendiente para muchas. Me parece necesaria la revisión de las creencias espirituales con las que se nos ha criado, o las que hemos ido encontrando después sin terminar de anclarlas a nuestra verdad interior, asegurándonos de que las ideas que mantenemos sobre los asuntos metafísicos son convicciones propias y elaboradas a nuestra medida, o si, en realidad, están construidas a medida de otros y metidas en nuestra vida con calzador o adoptadas por pereza intelectual.

Y —puesto que la web sigue dando problemas por todos sitios y ni siquiera aún podemos vender los cursos que ya tenemos, y finalmente he dejado la gestión de este despropósito en manos de Arieh y estoy dándome tiempo para hacer cosas que no sean preocuparme— llevo mucho tiempo trabajando exclusivamente en esto, aunque sea un terreno especialmente pantanoso.

Primero, porque hablar de metafísica tiene una limitación implícita: el lenguaje. Y, como decía Wittgenstein, “los límites de mi lenguaje son los límites de mi mente”, así que hablar de aquello que va más allá de nuestras mentes, de nuestros sentidos, de nuestra imaginación incluso, sin caer en narrativas de pensamiento mágico y sobresimplificaciones pero tampoco entrando en una densidad completamente inasumible resulta una tarea… interesante. Es un reto para mí.

You can’t get to the top of the mountain by walking straight. You walk through and around fields, up and down, narrow passages, paths… the road that is ten times longer than the actual straight distance… And it always looks as if that peak, that summit is so near, maybe just minutes away… but you walk for three more hours, and you look up and the distance is still the same. The mountains upset the logic of lines, perspectives, time, space, distance. Everything’s so different, in the mountains. So then, what about life?

No puedes llegar a lo alto de la montaña caminando recto. Caminas a través y alrededor de campos, arriba y abajo, pasajes estrechos, senderos… el camino que es diez veces más largo que la distancia recta real… Y siempre parece como si esa cima, esa cumbre estuviera muy cerca, quizás solo a unos minutos… pero andas tres horas más, y miras arriba y la distancia todavía es la misma. Las montañas alteran la lógica de líneas, perspectivas, tiempo, espacio, distancia. Todo es tan diferente, en las montañas. Y entonces, ¿qué pasa con la vida?


 

Me aproximo a este reto como quien se prepara largamente y con calma para escalar una montaña desconocida. Y también como quien sabe perfectamente que es posible no llegar nunca a esa cumbre.

En el tiempo que llevo estudiando y leyendo para poder desarrollarlo, he pensado dejarlo estar más veces de las que quisiera admitir. Encuentro mil motivos para olvidarme de esto y tratar de hacer algo más sencillo sobre cualquier otro tema, pero los argumentos me llevan una y otra vez a las mismas respuestas: no hay ningún otro tema que me interese tanto ahora mismo, ni que considere más necesario.

Es necesario, porque (y eso me lleva al segundo punto), resulta complejo orientar una búsqueda de este tipo sin introducir las ideas propias de por medio. Y como lo último que yo quiero es venderle a nadie mi propia metafísica —que, por un lado, aún está en construcción, y, por otro lado, es solo mía y no tengo necesidad de que sea de nadie más—, voy con pies de plomo para elaborar un espacio seguro donde todo ser humano, crea en lo que crea y revise lo que revise, se sienta recogido. No sé si es siquiera posible, puesto que mi visión, como siempre, lo contamina todo queriendo o sin querer, pero al menos es la intención.

En estos meses he leído mucho, pero no he encontrado nada ni a nadie que, aun diciendo que te propone encontrar tu propia espiritualidad (o confirmar tu falta de ella), no esté haciendo proselitismo de su propia manera de entender la espiritualidad (o su falta de ella). Y creo que una propuesta que, como mínimo, lo intente en serio, es absolutamente necesaria.

Vivimos un momento en que incluso los autoproclamados antigurús son gurús de unas ideas que proponen como verdaderas. Todos hablan desde la razón de su propuesta. Todo el mundo tiene sus argumentos para tratar de convencer.

Convencer, qué palabra más desagradable.

En el mundo de la metafísica hay ciertos aspectos en los que la ciencia, hoy en día, está aportando mucha luz. Otros se explican mejor con el lenguaje de la teología. Y, la mayoría, solo se discurren de forma intelectual desde el mundo de la filosofía. Aun así, con todo el conocimiento que ya tenemos como especie, estamos lejos de darle sentido completo a las preguntas últimas de la humanidad.

Lo espiritual seguirá siendo, al menos para nuestra generación, una cuestión personal.

Y como tal quiero tratarla.


 

Si quieres ayudarme en estos inicios, he creado una pequeña encuesta, anónima, con la que pretendo hacerme una ligera idea (superficial, lo sé) de por dónde caminas en este asunto. Es simplemente una toma de pulso para ver si las personas que estáis al otro lado tenéis ya unas ideas completamente formadas o no, y si son más o menos “institucionales” o más o menos “libres”. Sin que ninguna de las opciones ni combinaciones sea por ello más o menos correcta.

Igual que nadie nos ha enseñado a entender quienes somos por dentro y el autoconocimiento nos lo hemos tenido que trabajar de adultas, tengo la impresión de que también andamos un poco huérfanas de espíritu, aunque lo tengamos o creamos que lo tenemos. No se nos han dado espacios ni herramientas para elaborar nuestra propia cosmovisión, nuestra propia manera de entender qué hay más allá y cómo eso nos afecta en el más acá, y en base a qué respuestas y a qué preguntas queremos sostener nuestra existencia y nuestra conciencia.

Porque para muchas es una situación de extremos: adaptarte a lo que te dieron de pequeña y mantenerlo o salir por piernas para lanzarte al abrazo de todo lo contrario.

Y quizás, solo quizás, haya un terreno intermedio en el que jugar, explorar, creer, investigar, experimentar. Sin juicios. Sin bien ni mal. Sin jerarquías. O con todo lo que queramos, si es que de verdad lo queremos.

La espiritualidad personal (o la metafísica personal si prefieres el término, como yo), no solo forma parte del desarrollo personal sino que es la piedra angular sobre la que se sostiene.

Pero requiere un ligero esfuerzo, algo de dedicación y cariño, simplemente, para detenerte a pensar.

Y un poco más de esfuerzo, si es el caso, para mantener tu cosmovisión aunque sea distinta al resto y no sepas, ni puedas, ni quizás quieras, explicarla con palabras.


 

Gracias por seguir estando al otro lado y acoger mis comunicaciones cuando realmente me apetece hacerlas.

Un abrazo, 



P.D.:  Todas las imágenes son de películas de Jonas Mekas y los textos en cursiva son también suyos. Las traducciones al español son mías, soy consciente de que probablemente no sean muy precisas pero serán mejor que nada para quien las necesite.

 

 

 

Envío los Apuntes, en privado, una vez al mes. 

Si quieres recibirlos, deja tu correo (y si no, tan amigas).