Carta 5/2022 - Si tuviera el valor

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Igual si me has leído de vez en cuando piensas que tengo una vida profesional relativamente resuelta, que me satisface profundamente y que no cambiaría por nada. Lo de que está resuelta no es verdad (ahora mismo es precaria e inestable como la de tantas), pero las otras dos serían tan solo verdades a medias.


Y me doy cuenta de lo que me falta, en esta ecuación, con las cosas más pequeñas. La mayoría de las veces, las cosas pequeñas dan las pistas más grandes, pero hay que saber detectarlas.

Hace un par de semanas vi un corto, éste.

Es del músico Enric Montefusco, y lo ha creado para presentar su último disco, Viaje al centro de un idiota. Lo puse porque Enric es amigo, nos conocemos desde que nuestros hijos, Rai y Ray, tenían muy pocos meses. Nos hemos ido viendo, las familias, desde entonces, en nuestra casa de campo (que ya no tenemos) o en la suya. Los niños se adoran entre ellos y yo amo a su Rai desde que lo vi. No me pasa con muchos niños, diría que ha sucedido una o dos veces: no soy de esas que achuchan todo moflete infantil que ven.

Un día fuimos a pasar el día en el estudio donde grababa su disco. Otro día le escuché cantar en el cumpleaños de Rai. Otro día me regaló su libro, un ensayo autobiográfico salpicado de poemas (¿canciones?). Todo me pareció muy emocionante, como meterme a espiar un pelín la vida de un artista. Pese a todo, no me he metido en su música más que superficialmente (excepto por dos canciones que me obsesionan). No tengo claro por qué. Es así y ya está.


Enric también es del extrarradio de Barcelona. De otro barrio, la Meridiana, un poco más allá del mío pero bastante similar (si quitásemos mi montaña, pero que nadie me la quite). De joven trabajó en un banco de mi barrio en el que yo abrí una cuenta de adolescente y nunca la volví a tocar. Él lo odiaba —el trabajo y mi barrio por extensión, imagino—. A veces me pregunto si nos cruzamos por la calle que es ahora mi calle. No lo recordaría de todos modos porque nunca me fijo en la gente y diría que él tampoco demasiado. Sería bonito haber esperado a que cambiase el semáforo juntos, por ejemplo.


El caso es que vi su corto. Creo que no había pasado ni un minuto que ya estaba llorando y no paré hasta el final. Era la imagen y la música, pero también era yo. Era algo mío.

 

El disco que ha hecho Enric es, como lo que hace siempre, un reflejo de su momento vital. Es profundamente autobiográfico, y para ello no le hace falta contar intimidades, aunque pone detalles sobre la mesa que forman escenas que son suyas pero podrían ser nuestras. Es un disco que no va de encontrar el single y quemarlo. No sé si te acuerdas, pero en la época en que él y yo nos movíamos a la vez por mi barrio, nos sentábamos a escuchar los discos enteros. Desde el track uno al diez, o al trece, lo que fuera. Lo que nos dieran. Estábamos hambrientos de historias, y los discos nos traían historias. Historias que consumíamos con paciencia, como una película. Y luego otra vez. Y otra. Hasta que lo digerías y lo hacías tuyo.

Puede que Enric sea el tío menos pretencioso que conozco, y a la vez no puede ser más incisivo. Ha hecho un disco de aquellos porque le ha salido un disco de aquellos, y quién es el mercado (o qué es), y qué le importa a él si la gente ha perdido el don de la atención y alardean de que les pone de mala hostia que alguien les mande un audio de más de un minuto.


Esto es lo que tiene dentro. Lo suelta. Y lo que pase, que pase. Cuando pase, él ya estará en otra cosa.

 

No contento con eso, el concierto tampoco no es un concierto al uso. Es un espectáculo. Es un misterio. Sin que pueda ser de otro modo. Porque se da el permiso.

Creo que se lo dio el día que se quitó la corbata de su hermano y no volvió a conducir nunca más hasta el banco de mi barrio y salió al mundo con Standstill. Seguramente también cuando decidió seguir en solitario. Y un puñado de veces más, que nunca sabremos.

Y aunque parece que ahora me estoy marcando la crónica de la revista musical, no es por ahí. Vuelvo al inicio.

 

Viendo el corto me golpeó muy fuerte la certeza que más rabia me da tener. La de que yo, en realidad, tengo dentro algo parecido a Enric (menos la música, a eso no llego) y que, si tuviera el santo valor, debería estar construyendo arte que se escapase de estas líneas en estas pantallas y tomase la forma que tuviera que tomar. La que fuera. Sin que pudiera ser de otro modo.


Sin embargo, me cuestiono esta certeza cada día. Como no me atrevo y no sé qué haría y me asalta la vergüenza, me excuso. No lo dejo salir. Y me digo que no existe. Que no lo tengo. Y que si no lo hago es que no hay nada realmente.

Esto último podría ser verdad —también me da miedo que lo sea y convertirme yo misma en mi mayor decepción—, pero sé de sobras que nunca hay nada hasta que no te sientas, día tras día, a darle permiso para que surja. Es lo que hago aquí hace casi diez años, pues las Cartas no salen porque sí, salen porque estoy entrenada para dejarlas salir y no me supone ni ningún problema ni ningún reto dejarlas salir. Sé cómo hacerlo.


El resto, mi anhelo de ir más allá, solo es oscuridad.

Y la oscuridad, todavía, me da miedo.


“Sin patria, sin rey, sin sombra, sin techo,
Sin lobos que digan si tengo derecho.
Sin rumbo, ni asfalto, peaje o encaje,
Sin premio, sin precio, quiero ser salvaje.
La oscuridad me da miedo,
Soltar la mano me da miedo,
Quien abre camino no tiene quien le dé consuelo.
Con todo, con todo, atravesaré la vida.
Con todo, no me quedaré en la orilla.
Sin credo, sin ley, esa es mi certeza.
No quiero jardín, sólo campo y maleza.
Sin foco, sin flash, sin astro ni estrellas.
Sin fe en la luz que viene de fuera.
La oscuridad me da miedo,
Soltar la mano me da miedo.
Quien abre camino no tiene quien le dé consuelo
Con todo, con todo, atravesaré la vida,
Con todo, no me quedaré en la orilla.
La oscuridad no da dinero.”

 

Esta es mi canción favorita de todas las que ha hecho Enric (junto a ésta, que parece ser la favorita de la mayoría a juzgar por las escuchas en Spotify). Es del disco anterior. La canto por dentro a todas horas. Se la canto a Ray cuando nos vamos a dormir y me habla de las sombras de la habitación, que le miran amenazantes.

 

Y siempre, siempre, se me rompe la voz.


Un abrazo,

 

 

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