Carta 7/2021 - Escribir sobre ti

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Mis dos géneros literarios favoritos, aunque leo de todo un poco, son de los más denostados (junto a la autoayuda que, fíjate, no es lo que leo sino parte de lo que escribo) desde los asientos de los snobs: la autobiografía y la juvenil.

Ambas, por cierto, espacios donde las mujeres escritoras lo han tenido algo más fácil (lo entrecomillaría, pero ya me entiendes, fácil dentro de lo difícil de la publicación femenina históricamente) y donde el público femenino ha encontrado también un espacio compartido para satisfacer sus necesidades.


De la literatura juvenil podría hablar otro día, pero esto de hoy va de lo autobiográfico. Del espacio en el que las mujeres nos encontramos cómodas, porque contar la vida de una y atender a la vida de la otra es lo que hemos hecho desde que el mundo es mundo.

Escribir autobiografía nos devuelve al necesario corrillo, a las sillas en la puerta para tomar el fresco, al patio de vecinas, pero nos permite ir tan al fondo como queramos llevarnos sin tener que mirar a nadie a los ojos y enfrentar la respuesta directa, el juicio externo, el brazo dispuesto o lo que sea que una vaya a encontrar cuando está en el corrillo contando lo suyo y atendiendo lo ajeno.

Es un corrillo con libertad total de tiempo, reacción y expresión.


Escribir sobre nosotras mismas y nuestra vida es un acto revolucionario (qué puede ser más subversivo que darnos voz), y lo es especialmente cuando parecería que no tenemos una gran vida que contar. No somos heroínas fascinantes, no hemos salvado miles de vidas ni supuesto nada de valor para el mundo. La historia no nos contará entre sus personajes célebres. Aun así, la grandeza indiscutible de nuestra mirada se merece un espacio para desarrollarse.

Escribir sobre nosotras mismas es darnos un espacio para ser quienes somos y dejar constancia de ello.

Compartirlo con ojos ajenos es otro cantar. No hace falta, necesariamente.

Pero para nuestros ojos, es vital.

Es un antes y un después en la relación con nosotras mismas.


Y no tiene que ser artístico, ni estar bien escrito, ni contar hazañas apasionantes.


Es relevante que escribas sobre el pájaro que se ha posado esta mañana sobre tu alféizar y te ha recordado a tu padre.

Es relevante que escribas sobre la angustia que te oprime el pecho cada vez que pasas por determinado cruce de caminos.

Es relevante que escribas sobre tu incapacidad para dejar de morderte las uñas.

Es relevante que escribas sobre los reflejos que la botella de agua sobre tu escritorio proyecta en las vetas de la madera.

Es relevante que escribas sobre tu pelo fosco y encrespado.

Es relevante que escribas sobre las dudas respecto a tu maternidad.

Es relevante que escribas sobre esa visita inesperada de esta mañana.

Es relevante que escribas sobre tu estrechez económica y tus tres trabajos.

Es relevante que escribas sobre ese viaje que estás a punto de emprender.

Es relevante que escribas sobre los ojos de tu perro.

Ha habido autoras escribiendo sobre todo esto antes. Publicadas. Serias. No tenían nada más relevante que decir que tú, pero lo escribieron. Como además eran fantásticas escritoras, lo publicaron. Pero este último paso es realmente el último del trabajo autobiográfico.

Una escribe porque en la escritura encuentra compañía, desahogo y apoyo incondicional. En la escritura hay una amiga.

Una escribe porque en la escritura encuentra información, profundidad, comprensión. En la escritura hay una terapeuta.

Una escribe porque en la escritura encuentra dirección, propósito, decisión. En la escritura hay un oráculo.

Y una escribe porque descubre que estar con una misma es lo único que realmente ha venido a hacer a este mundo. 

Los pensamientos desaparecen, al segundo, volatilizados. La palabra escrita es sólida y permanente, terrestre y material. Que tu visión y tu experiencia se vuelvan sólidas también te da solidez a ti. Entereza. Valor. Empuje.


Hablamos mucho de los libros del verano (no me quejo, son geniales), pero ojalá hablásemos de los diarios del verano. Ojalá viéramos a las mujeres escribiendo en las playas y los chiringuitos, en los bosques y los ríos, en las piscinas y los apartamentos, en los aviones y los trenes.

Ojalá se alzase una oleada de mujeres llenando páginas contándose a sí mismas quienes son, sin más aspiración que esa.

Como si fuera poco, porque quizás sea la aspiración suprema, la máxima cercanía con lo divino, al permitirnos la expresión —sin censura, miedo o vergüenza— del ser que habitamos.

Yo querría leerlas a todas.

Y navegar la profundidad insondable de su vida o la superficie ligera de su día a día guiada por sus palabras, a su ritmo.

Igual que he leído a Jeanette WallsTara WestoverMary KarrDeborah LevyEmilie PineLucia BerlinJoan DidionJoyce Carol OatesFrançoise SaganAnaïs NinAmélie NothombDelphine de ViganCheryl StrayedLiz GilbertIsabel AllendeSimone de BeauvoirMarie DarrieussecqVirginia WoolfMary Oliver (en los enlaces encuentras las obras concretas a las que me refiero, puesto que muchas escriben otros géneros también) o las decenas que ahora mismo no me vienen a la mente, o los cientos de novelas que no son puramente autobiográficas pero esconden la vivencia personal de sus autoras entre sus páginas.

Yo también quiero leerme. Quiero comprenderme. Quiero acompañarme. Quiero estar más cerca de mí.

Quiero escribir sobre mí.

¿Quieres escribir sobre ti?

Un abrazo,

 

 

 

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