Vida Interior 7: Si tú cambias, tus relaciones también tienen que cambiar

vida interior

 

Vivimos rodeados de otros seres —humanos y no humanos—, así que relacionarnos ha sido siempre una actividad que hemos tenido que realizar tanto por placer como por obligación, porque, como mínimo, relacionarse es tarea de dos (aunque eso, paradójicamente, te incluye a ti contigo misma).


La naturaleza de las relaciones puede ser muy diversa, tan diversa como personas (o seres) tengamos al otro lado.

 

Tendrás relaciones en las que expresar el cariño sea natural y se haga de forma verbal y explícita y otras en las que las demostraciones se manifiesten de una forma más sutil; tendrás relaciones en las que la historia común sea muy larga e intensa y repleta de experiencias compartidas, y relaciones en las que la historia parecerá minúscula; relaciones en las que pasarás el tiempo haciendo un tipo de actividades y relaciones en las que harás otras completamente distintas; relaciones con las que interactuarás a menudo, incluso varias veces al día, y otras con las que podrán pasar años sin ningún contacto.

Ninguna de estas características será, a priori, garantía de una mejor relación. Todos sabemos que hay personas que no vemos apenas nunca a las que adoramos, y al verlas es como si el tiempo no hubiera pasado, porque la conexión y el aprecio mutuo se mantienen intactos a lo largo de los años. En cambio hay personas a las que vemos a menudo con las que no tenemos necesariamente un vínculo profundo pero con las que mantenemos una relación determinada basada en cierto tipo de intercambio: ya sea distraernos juntos, compartir una afición determinada, hacernos compañía... También hay personas de toda la vida con las que mantenemos contacto desganado y por defecto, y personas que conocemos desde hace cinco minutos con las que querríamos pasar toda la vida.


Así que, ¿qué es lo que genera esa conexión o esa desconexión con unos y con otros?

 

La verdad, no tengo idea. Se habla de químicas, de feelings y de energías —con lo que estoy perfectamente de acuerdo—, pero estoy segura de que también debe haber algo más. A primer golpe de vista parecería que lo que une es la capacidad de encontrar espacios comunes. Por eso, en una primera cita, por ejemplo, se pone todo el empeño en intentar encontrar similitudes y gustos compartidos, y por eso es más fácil que si te encanta salir a correr y eso es lo que haces en tu tiempo libre acabes teniendo amigos con quienes puedas compartir eso que es tan importante para ti. Con otros compartirás tu amor por salir a tomar el aperitivo, con otros las aventuras pasadas en la universidad, con otros... en fin, así va.

Por eso se habla mucho de la importancia de "encontrar tu tribu", es decir, integrarte en al menos un grupo de personas con intereses compartidos y formas de entender la vida similares, incluso con metas comunes. Es lógico, y natural. Nadie quiere sentirse el bicho raro en ninguna parte, y sí, obviamente es agradable sentirse acompañado y comprendido, así que por eso creamos grupos de emprendedoras, grupos de madres, grupos de enfermos de tal o cual cosa, grupos de seguidores de un equipo, grupos que se juntan para practicar deporte, grupos de solteros, grupos de divorciados, grupos de dueños de perros y grupos de fans de Harry Potter. Hagas lo que hagas y seas como seas siempre hay alguien que compartirá eso contigo y con el que podrás formar un grupo y empezar a tirar de ese hilo que os une más superficialmente para ir encontrando otros hilos, más sumergidos a priori, pero quizás más resistentes, que permitan una unión más real.

Después del ya conocido como "veranus horribilis", he aprendido a valorar algo completamente distinto a todo eso en una relación, sea en el uno a uno o en grupo.


Ya no busco esos hilos superficiales, ya no intento que compartan lo que a mí me gusta o que sientan lo mismo que yo. Ahora simplemente deseo que estén ahí, para acompañarme en este trocito del camino que hemos decidido vivir juntos —sean diez minutos o diez años— con el firme propósito de verme y aceptarme tal y como soy. No como la persona que han decidido en su mente que soy o la persona que les gustaría que fuera o la persona que yo mostraba antiguamente que era, no: como la persona que soy aquí y ahora.

 

Y con la intención, a la vez, de dejar que yo haga lo propio con ellos: acompañarles y verles tal y como son. Si lo que vemos mutuamente nos interesa, nos atrae y nos deja con ganas de más, perfecto. Si no, pues también perfecto.

La verdad es que cuando haces un cambio lo suficientemente grande en tu Vida Interior, quieras o no, todo el mundo lo nota, y plantear relaciones como la que te acabo de describir resulta mucho más sencillo con las personas nuevas que no vienen con demasiadas ideas predeterminadas sobre quién eres o quién has sido hasta el momento. Con las antiguas pueden presentarse más conflictos o aparecer la necesidad de realizar ciertos ajustes para que todo siga funcionando. Y también pueden pasar cosas mágicas, como que empiecen a salir a la palestra relaciones que en el pasado no habían encajado del todo, habían pasado sin pena ni gloria o habían quedado un poco abandonadas, y aparezcan como pequeñas joyas, valiosísimas, perfectas para el momento actual de ambos.

Y cuando sufres un cambio real en tu Vida Interior hay dos señales que te lo confirman (y sí, quizás necesites confirmarlo porque puedes tener tendencia a no creerte demasiado lo que te pasa).


La primera señal de que has cambiado es que durante un tiempo de ajuste te sientes extraña, prácticamente como si fueras otra persona.

 

Cada pequeño aspecto de tu vida lo vives de forma sustancialmente diferente y te parece que apenas reconoces a la de antes. No es que antes no fueras tú, porque lo eras, y en realidad no eres otra persona, eres la misma. Antes, sin embargo, lo que eras tú estaba tapado con otras cosas. Como alguien que se ha puesto toda la vida demasiado maquillaje, pestañas postizas, extensiones y se ha hecho todo el contouring posible y lo ha llevado tanto tiempo que incluso ella ha creído que formaba parte de sí misma. Quizás se sentía mucho más bonita y parecía más bonita a ojos de los demás, pero no era ella misma, esa imagen no era demasiado real y nadie estaba pudiendo ver a la persona que había debajo.

Surgen dos preguntas entonces, una centrada en ti misma: ¿quién eres cuando te quitas todas esas capas extra? Y la otra, que se centra en lo que estoy explorando hoy con este artículo, ¿quién de todos los que tenías cerca hasta ahora prefiere verte sin ellas, aunque tengas la cara llena de marcas y no parezcas tan estupenda?


La segunda señal de que realmente has cambiado tiene que ver justamente con esa última pregunta, y es que probablemente te empieces a dar cuenta de que algunas —o muchas— de las relaciones que tenías ya no te funcionan.

 

Porque antes eras una persona que creía que necesitaba ciertas cosas y, por tanto, te rodeaste de gente que podía darte esas cosas. Cuando esa capa de adornos y maquillaje se ha ido y te quedas a solas con tu verdadero yo, ya no necesitas lo mismo. Y por utilitario que parezca, nos habíamos rodeamos de esa gente para que nos aportaran ciertas cosas, y si ya no necesitamos esas cosas, de algún modo no necesitamos a esas personas. O no la necesitamos en el mismo sentido, es decir, podemos quererlos igual, incluso desear hablar con ellos y mantener contacto igual que hacíamos siempre, pero probablemente no en los mismos términos que regían la relación hasta el momento. Y lo mismo les ocurre a ellos, que se preguntan donde ha ido a parar la persona que conocían y que les daba lo que ellos necesitaban.

Y es que, en cualquier relación, cuando uno da un paso adelante (o atrás, o al lado, o en diagonal) el otro tiene que moverse necesariamente al mismo ritmo. Pensemos que es como si saliéramos juntos a dar un paseo: si cada uno camina en una dirección nunca llegaremos al mismo sitio (o sí, pero dejaremos de ir juntos), y si uno camina y el otro se queda parado tendremos el mismo problema. Para que una relación de cualquier tipo funcione, el camino se tiene que hacer lo más en paralelo posible. No quiere decir que tengamos que ir cogiditos de la mano y mimetizarnos. No quiere decir que no se puedan tener diferencias y que solo podamos ser amigos de fotocopias nuestras.


Quiere decir que, en el terreno de la Vida Interior, ya no se puede hacer como que eso no está ocurriendo. Porque, como decía antes, lo reconozcamos o no, lo que todos deseamos es estar cerca de personas siendo la persona que somos realmente, sin que nos juzguen y sin que se aferren al personaje que fuimos. Lo único que queremos, probablemente, es que nos vean.

 

Pero para eso, tienes que revisar tu relación más cercana de todas: la que tienes contigo misma. Será difícil que alguien te vea si no has aprendido antes a verte a ti misma en toda tu miseria y en todo tu esplendor. Con toda tu sombra y con toda tu luz.

Verte al natural sea quizás el trabajo más difícil de todos. ¿Estás preparada?

Cuando tú lo estés, el mundo también lo estará.

Un abrazo,

 

 

 

Envío los Apuntes, en privado, una vez al mes. 

Si quieres recibirlos, deja tu correo (y si no, tan amigas).